Al inicio de la Semana Internacional de los Derechos Humanos recibí la notificación que había sido seleccionado como parte de los 15 defensores y defensoras que los gobiernos de Alemania y Francia entregaban cada año un reconocimiento por su labor. Este reconocimiento fue entregado el 10 de diciembre, fecha en la que se recuerda la aprobación de la Declaración Universal de Derechos Humanos, siendo el cuarto venezolano que recibe el galardón, luego de Liliana Ortega, Susana Raffalli y Luz Mely Reyes. Publico las palabras del discurso, en donde describo la significación de recibir un reconocimiento de esa magnitud en estos momentos:
DISCURSO RECONOCIMIENTO FRANCO-ALEMAN
Feliz 10 de diciembre. En primer lugar agradecer a los gobiernos de Francia y Alemania por esta distinción. Ser considerado como parte de los 15 defensores y defensoras de derechos humanos que deben ser reconocidos en este 2021, un año de dificultades y pandemia para el mundo y de agravamiento de la situación en nuestro país, no sólo es un honor, sino también una gran responsabilidad. La profundización de la emergencia humanitaria compleja en Coronavirus y la ratificación que han ocurrido entre nosotros crímenes contra la humanidad, hace que cada mañana me despierte con la sensación que no estamos haciendo lo suficiente, que necesito más y mejores herramientas para ayudar a quienes lo necesitan. Y aunque me ruborizo al pensar mi nombre fue seleccionado, y lo retribuiré con un mayor esfuerzo de mi parte, interpreto que lo que Francia y Alemania están reconociendo hoy es el esfuerzo grupal del gremio del que soy parte, el de los defensores de derechos humanos que hemos decidido mantenernos dentro del país en el momento en que más se nos necesita.
La respuesta positiva a nuestra tragedia es que hoy el movimiento de derechos humanos venezolano se encuentra presente en todos los estados del país, abordando temas diversos desde diferentes estrategias, que van desde la asistencia humanitaria a la realización de informes. Pero este tejido asociativo no hubiera sido posible sin una cultura de la cooperación y solidaridad que fue emergiendo en Venezuela durante muchos años, uno de las dimensiones positivas de haber sido un país que en algún momento fue rico en hidrocarburos. El petróleo nos modeló, para bien y para mal, como país. Y como sociólogo siempre trato de identificar los aspectos positivos que legó para nuestra sociedad y su cultura. Y estoy convencido que uno de ellos fue el habernos dado las condiciones materiales para ser desprendidos con los demás. El haber tenido ciclos de menores penurias económicas, al compararnos con nuestros países vecinos, logró construir una cultura igualitarista y solidaria, que nunca fue perfecta, pero que nos permitió incorporar la fraternidad a la identidad de lo que era ser un venezolano o venezolana. Aunque esos hilos horizontales han sido intervenidos y debilitados en los últimos años, aún es posible encontrar sus rastros, ecos que precisamente encuentran una caja de resonancia en los hombres, mujeres y otros géneros que hoy hemos hecho de la defensa de los derechos humanos no sólo una vocación, sino un estilo de vida. Pero los activistas, como seres humanos que somos, estamos tan rotos como el resto de los venezolanos, con muchos de nuestros seres queridos afuera y haciendo malabares para lidiar con la incertidumbre y el sentimiento de pérdida de cada día. Este reconocimiento, que es de todos y para todos mis colegas, nos hace sentir este Día Internacional de los Derechos Humanos menos solos y consolados en nuestros dolores secretos y profundos.
Finalmente quiero agradecer a mi familia, especialmente a mi esposa y colega Lexys Rendón. Sin el apoyo de ellos, y su comprensión, yo haría la mitad de las cosas que hago. Y no estaría hoy aquí, dirigiéndoles estas palabras. Gracias a todos y todas.
